Los niños y niñas empiezan a tener berrinches a partir de los dos años. Es cuando se comienza a conformar su individualidad y a sentir emociones primarias como la felicidad, la tristeza o la ira, explica Educación Inicial de la Fundación Inicial.
“Al ser pequeños, y no tener apenas control de las emociones, las demuestran con total intensidad”.
Educación Inicial de Fundación Slim
Ángela Pulido Flores, psicóloga infantil, considera que como en estas edades se da inmadurez a nivel emocional, además de dificultad para canalizar emociones, los niños tienen baja tolerancia a la frustración y no comprenden bien los razonamientos de las personas adultas. “Cuando estalla un berrinche, les desbordan sus emociones y no son capaces de controlarlas. Las rabietas sirven como mecanismo de liberación del estrés”, afirma.
Los berrinches: qué pasos que se deben seguir
Pulido considera que el primer paso para frenar la situación sería hacer todo lo posible para eliminar la fuente de dolor, así como atender la necesidad física.
“En segundo lugar, escuchar al niño y aceptar su llanto, prestando atención activa a su necesidad emocional. Los niños necesitan saber que se les quiere, independientemente de lo que esté sucediendo o lo que hayan hecho. Así, lo que recomiendo es el acompañamiento emocional, poder verbalizar lo que creemos que sienten: estás triste, parece que estás muy enfadado, sé que te gustaría comerte los gusanitos ahora, y quedarnos a su lado”.
Además, agregó que los abrazos en las rabietas pueden servir de contención física, “los y las peques pueden contener su desbordamiento a través de un buen abrazo. Por ese motivo, podemos preguntarles: ¿Necesitas un abrazo? Y si nos lo niega, podemos quedarnos a su lado, respetando su necesidad”.
Otros consejos y qué nunca debes hacer
Mamen Bueno, psicóloga de la plataforma Criar con Sentido Común, recomienda actuar del mismo modo que lo haríamos si tuviéramos delante a una persona adulta llorando o expresando su enfado. “Escuchar, tratar de comprender lo que siente poniéndonos en sus zapatos, y ofrecer la respuesta que consideremos más oportuna”.
Pueden ser unas palabras de ánimo, un abrazo, o simplemente el silencio, permaneciendo a su lado, y haciéndoles saber que entendemos lo que sienten y por qué lo sienten, e incluso que nosotros nos sentiríamos igual en su situación, o que también nos hemos sentido igual, o parecido, en algún momento.
Gritarles no es una buena opción: “Si cuando una persona adulta nos dice que está triste o nos dice que está enfadada le gritamos, pues podría tener el mismo sinsentido gritarle a un niño que está expresando sus emociones. Si acaso, sirve para hacerle sentir incomprendido, y para hacerle creer que está mal sentirse mal”, asegura Mamen Bueno.
“El consejo de ambas psicólogas es que nos armemos de paciencia y que categoricemos los berrinches como una característica temporal de la edad. Según vaya pasando el tiempo, los niños, poco a poco, podrán ir contándonos lo que les pasa porque tendrán lenguaje, podremos explicarles las cosas y hablar sobre el tema sin altibajos ni descontrol, y razonando los motivos de las negativas a sus peticiones”.
Educación Inicial de Fundación Slim
¿Qué hacer para mantener la calma?
Uno de los aspectos más importantes para mantener la calma es que las personas adultas que cuidan de niños y niñas puedan cuidarse también a sí mismas.
“Con cuidarse me refiero a responsabilizarse de descansar bien (para poder tener más paciencia), de comer bien, de mantener momentos personales de ocio y disfrute. Cuanto más descansadas estén, mejor condiciones tendrán para afrontar de una manera amorosa y paciente las rabietas de sus peques”.
Los berrinches tienen un componente social muy importante: porque cuando un niño llora de forma desbordada el padre o madre puede sentir como si todo el mundo lo mirara o incluso que está siendo juzgados. Este componente social puede generar mucho estrés en los progenitores, y provocar que ellos mismos se vean desbordados o pierdan el control de la situación.
“Así, decidir qué voy a hacer en las rabietas (en un momento de tranquilidad), provoca en la persona adulta una sensación de control que le va a dar más seguridad para enfrentarse a este comportamiento”, afirma Pulido Flores.
Por su parte, Mamen Bueno recomienda que cada progenitor o tutor se pregunte de manera individual si un niño pequeño es capaz de tener un perfecto control de sus emociones: “Empecemos por comprender que son niños pequeños incapaces de descifrar bien lo que sienten, e incluso de comprender cómo funciona el mundo en el que vivimos”.