Muere Maradona, el gran futbolista de la calle

Un mito en Argentina y la mayor referencia del fútbol de calle en todo el mundo, Diego Armando Maradona, ha fallecido hoy, 25 de noviembre, a los 60 años en su domicilio de Buenos Aires. Un hematoma en el cerebro del que fue intervenido a primeros de mes ha terminado con la vida del polémico jugador de la cantera de Argentinos Júniors y el protagonista de la que sea, posiblemente, la mejor actuación individual en una copa del Mundo de fútbol. 

Durante el mundial de México 86 se alcanzó el culmen de la mitificación de Maradona. Dos goles a Inglaterra, el primero, que quedó resumido en la frase “la mano de dios”, que el mismo 10 de la selección argentina emitió a modo de confesión tras el partido, certificó que en Maradona convivía la técnica más precisa vista hasta entonces en un campo con la competitividad más afilada, la que le hizo sobresalir en su época. 

El segundo gol de ese partido ha sido la jugada más veces repetida en la historia de los programas deportivos, una oda al regate y al manejo de los tiempos. Una fantasía que cobró trascendencia como la mejor jugada de la historia por el escenario en el que se produjo: los cuartos de final de la competición más importante del fútbol y frente a Inglaterra, cuatro años después del enfrentamiento por las Islas Malvinas.

La jugada, tantas veces repetida en televisión, quedó encapsulada en un pequeño relato del escritor Hernán Casciari “10,6 segundos”: “El avance parece veloz por ilusión óptica, pero el jugador regula el ritmo, frena y engaña. Hay una geometría secreta en la precisión de ese zigzag, un rigor que se hubiera roto con un cambio en el viento o con el reflejo de un reloj pulsera desde las gradas. (…) El jugador sabe que ha dado cuarenta y cuatro pasos y doce toques, todos con la zurda. Sabe que la jugada durará diez segundos y seis décimas. Entonces piensa que ya es hora de explicarle a todos quién es él, quién ha sido y quién será hasta el final de los tiempos”.

Cuando, en 2004, su salud ya flaqueaba y se especulaba con su muerte prematura, el escritor Roberto Fontanarrosa, uno de los que mejor ha entendido el juego, el espectáculo y la pasión que despierta el fútbol, escribió sobre Maradona y sobre el efecto que ese gol tuvo en el imaginario argentino. “Pero es Diego. No lo den por vencido ni aun vencido. Recuerden que humilló al pirata inglés dejando a varios de ellos despatarrados por el piso. Recuerden que demostró que la mano es más rápida que la vista. Y que salía entre cuatro con el balón pegado a su zurda mágica, y sacando la lengua, como burlándose. Recuerden eso”.

Argentina ya había ganado el mundial de 1978 pero el contexto político y social en el que se produjo la victoria de México era muy distinto. El país había conseguido salir de la dictadura militar y la democracia volvía a sus imperfectos cauces al mismo tiempo que un pueblo enamorado de los mitos encontraba a un nuevo héroe surgido del barro, de los potreros, de la calle. Un muchacho de familia humilde, nacido en Lanús en 1960, criado en Villa Fiorito, listo e inteligente en el trato con los medios de comunicación ─que durante su vida encontraron en él un ejemplar vivo para las historias de auge y caída que rellenan el tiempo entre partidos─ y un superdotado con el balón en los pies, capaz de mejorar a todos sus compañeros de equipo desde su debut a los 16 años en la primera división argentina. Pero además, pronto fue un símbolo global, un icono de la cultura del final del siglo XX como posiblemente no lo haya sido ningún otro deportista fuera de Estados Unidos.

La caída tras el auge

Pero la significación de Maradona superó incluso el propio juego del fútbol. Su carisma se extendió por las calles, los descampados y posteriormente las canchas de fútbol de aquellos países en los que jugó. En cada barrio había un “maradona”, un apodo que se ponía para reconocer al mejor jugador entre todos. El “pelusa” hipnotizaba a quienes iban a los estadios con toques de balón de una precisión inaudita y con arranques de fuerza inesperadas en alguien sin físico de atleta. 

Buenos Aires, Barcelona, Nápoles forman parte de una secuencia que se interrumpe con una sanción por uso de cocaína. El Maradona que vuelve de esa sanción no tiene que demostrar nada y, al mismo tiempo, no es capaz ya de alcanzar los momentos de éxtasis que alcanzó en México y en Nápoles, con la consecución de dos ligas italianas, las primeras y las únicas de un club del sur de un país con enfrentamientos históricos que Maradona entendió como nadie. También entendió y sucumbió al componente excesivo de la política y la economía napolitana, marcada por la Camorra, organización que vio en Maradona una especie de rehén de lujo.

En los años 90, el genio con el balón en los pies palidece ante la parte tenebrosa del mito: el juguete roto que tiene arranques de ira, es adicto a la cocaína y enmierda todo lo que toca (salvo la pelota, la pelota no se mancha). Su vuelta para el mundial de Estados Unidos, en 1994 es un canto del cisne que termina mal. Tras un partido deslumbrante ante Grecia en el que anota un chirlo por la escuadra ─seguramente, su último gran gol─, la FIFA le sanciona por el uso de Efedrina. Aquel será su último partido con la selección argentina. Daba comienzo un periplo por distintos equipos como futbolista y entrenador que no lograban tapar la información sobre su vida privada, excesiva, tumultuosa y marcada por el abuso de distintas sustancias.

En abril de 2019, la acusación de violencia psicológica por parte de la que fue su esposa durante 13 años, Claudia Villafañe, mostró la cara menos amable de un Maradona que había conseguido, a duras penas, estabilizarse a través de trabajos relacionados con el fútbol ─aunque entrenar nunca fue lo suyo, dirigió a Argentina entre 2008 y 2010─ y una serie de estancias en Emiratos Árabes Unidos.

Su afinidad política con los gobiernos de Fidel Castro y Hugo Chávez en Cuba y Venezuela lo han convertido, si no lo era ya, en un icono de la izquierda política. Su legado como jugador en Argentina sigue haciendo de él el jugador más reconocido en un país del que han salido dos de los considerados candidatos a mejores jugadores de la historia, Alfredo Di Stefano y Leonel Messi. Pero lo cierto es que Maradona llegó en el momento preciso para situar al fútbol de calle en la cima del mundo. Sus caídas y recaídas, en cierta forma, solo sirvieron para confirmar que llevó a ese deporte, aunque solo fuera durante 10,6 segundos, a su esplendor.

Julio Bellarín

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