Narra Natalia Beristáin crisis de desaparecidos en ‘Ruido’

Para la cineasta Natalia Beristáin no caben ni valen eufemismos con la crisis de desaparecidos que asuela México: «Es una emergencia nacional».

No sólo hay que contabilizar, dice, a las personas ausentes (casi 110 mil, según el Registro Nacional), sino, tal y como se hace con los adictos a sustancias, considerar al círculo inmediato cuyas vidas son atravesadas por el horror en un efecto dominó.

«Sí, es una emergencia nacional. Estamos hablando de millones de personas que son trastocadas directamente por la desaparición en este País. Esto te habla de una herida nacional, de un estado de shock en el que vivimos», lamenta en entrevista telefónica.

La desaparición de una chica (Nicolasa Ortiz Monasterio), a quien su familia le perdió la pista luego de que se fue de fiesta, es el eje de Ruido, el nuevo trabajo fílmico de Beristáin (Los AdiosesNo Quiero Dormir Sola).

La narración que plantea la realizadora es abrumadora y sin maniqueísmos, y en ella se difuminan ficción y documental (pues aparecen familiares reales que buscan a sus desaparecidos).

«A lo más a lo que aspiraría (con esta película) es a abrir preguntas y posibilidades de diálogo», suelta.

«Diría que si hay algo que me interesa poner ahí afuera es un discurso que busque darle la vuelta a la narrativa del horror y la violencia profunda en la que estamos sumergidos como sociedad».

Julia (Julieta Egurrola), artista plástica de clase media quien no sabe nada de su hija, es la protagonista en ese descenso a los infiernos, de dolor y desasosiego, que se replica por doquier en México.

«Había un lado en el que a mí me daba pudor que la protagonista perteneciera a una clase media acomodada de la Ciudad de México, porque torpemente, creo hoy, pensaba que eso podía desconectarla de ese imaginario que uno tiene de las madres buscadoras.

«Pero luego terminé entendiendo que era una manera de decir: No, esto nos puede pasar a cualquiera en un País en el que nos hemos acostumbrado a pensar que eso sucede allá, lejos, en otras latitudes».

La figura del antagonista en Ruido, que no del villano, la asumen el Estado y sus muchos representantes.

Son incapaces de hacerle frente al crimen organizado, se motivan a escudriñar a veces sólo con sobornos, y están hundidos en la ineptitud burocrática: un error en la captura del expediente ha hecho que las pesquisas por la hija de Julia sean estériles por nueve meses.

«Esa cifra de desaparecidos… no hay sistema que alcance para investigar, resarcir, acompañar. Pero también es importante nombrar que sí ha habido omisiones, negligencias y corrupción sistémica. Esto es algo que ha atravesado todas las administraciones de por lo menos este siglo».

No todo está en contra, sin embargo, de las familias que buscan a sus desaparecidos: por aquí está una valiente y arriesgada periodista (Teresa Ruiz), por allá una muy capaz abogada (Mónica del Carmen) y un fiscal honesto (Adrián Vázquez).

Julia y otras madres de colectivos, en varias escenas, se acompañan y hacen bordados con referencias a sus ausentes, una alegoría al no olvido, a nombrar y mantener vivos y honrar a aquellos cuyo abrazo añoran.

«El bordado, el tejer, es una metáfora también de tejer redes entre mujeres que pueden ser atravesadas por otros contextos, violencias. Pero ese bordar historia juntas, luchar juntas, es de lo que me interesaba hablar».

Experiencia íntima

 Egurrola, en la vida real, es madre de Beristáin, por lo que para la directora resonó de manera especial verla en pantalla proyectar dolor, furia y desesperación por la ausencia de su «pequeña».

«Siempre había esta cosa de lo profesional antes que lo íntimo, pero hoy entiendo que eso íntimo, que nosotras dábamos por hecho, sobre la relación madre e hija, permeó todo el proceso.

«Difícilmente podría haberme adentrado en una historia así si no hubiera sido de la mano y cobijada por mi gente más cercana».

Helena Rodríguez

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