Honran enseñanzas del poeta Antonio Deltoro

Ante la partida de su maestro, el poeta Antonio Deltoro, a Elisa Díaz Castelo le parece completamente imposible conjugarlo en pasado.

«Tal vez no lo haga nunca, porque para mí Toni nos acompaña aún», dijo la poeta y traductora este martes durante el homenaje en la Casa Universitaria del Libro (Casul) con que se celebrarían los 86 años de Deltoro, cumplidos este fin de semana un día antes de su fallecimiento.

Pese al inesperado deceso, y tal cual lo decía Díaz Castelo, el autor de Balanza de sombras y Los árboles que poblarán el Ártico pareció igualmente presente en el acto organizado en el marco del 20 aniversario de la Fundación para las Letras Mexicanas (FLM), de la que fuera parte.

Su presencia se manifestó lo mismo a través de un retrato y de sus propios versos leídos en voz alta por sus discípulos, que desde las enseñanzas que el poeta les legó.

«La voz de Toni no sólo anida ahí, en sus poemas y en los que nos compartió en tutoría (en la FLM), sino también la encuentro en una forma de mirar el mundo. Si Antonio Deltoro me enseñó algo, fue justamente eso: a cultivar el asombro. Siempre tenemos las semillas del asombro a la mano, pero él me enseñó a germinarlas con paciencia. Antonio me enseñó a mirar las cosas de nuevo por primera vez, y eso no es fácil», compartió Díaz Castelo.

«A su lado, el jueves (de tutorías en la FLM) fue mi día de oro molido. No sólo porque me enseñó a sopesar detenidamente cada idea e imagen que me interesaba abotonar en mi vacilante expresión o a trabajar en la contención de mi escritura, sino por su gran generosidad que me desarmaba semana tras semana, y que fue inédita para mí», expresó, por su parte, la poeta Claudia Berrueto.

«Con este gran gesto, Antonio me enseñó a ser persona», remarcó. «Él, sin saberlo, me hizo creer en mí, en mi trabajo y en mi existencia».

Su colega Pablo Molinet también coincidió en ello.

«Antonio se ocupaba profundamente de enseñarnos a atemperar y a acompasar; de hacer convivir a la persona, al ciudadano, con el otro loco que está borracho de palabras y deseoso de expresión. A mí también, Claudia, a mi también me enseñó a ser persona. Quizás se reiría y diría que no tanto como él hubiera querido», bromeó Molinet.

Haberles hecho habitable la palabra, la lectura y la poesía, fue otra de sus grandes herencias, tal como lo enunció el poeta, autor y guionista Javier Peñalosa M.; «eso para mí es un regalo extraordinario».

Su poesía vegetal, siempre poblada de árboles; el carácter deliberadamente lento de su escritura, y hasta su afición por el Necaxa, fue parte de lo recordado durante el homenaje, junto a una serie de anécdotas compartidas por aquellos a quienes tuteló. Como cuando quedó sumamente impresionado por los borregos cimarrones en el Museo del Desierto, en Saltillo.

«Comprendí entonces que Antonio posee el espíritu del cimarrón en su mirada poética. El maravilloso borrego cimarrón tiene la destreza de encontrar su punto de apoyo en breves pulgadas de riscos y se distingue por las adaptaciones que tienen sus pezuñas para adherirse a superficies rocosas y escarpadas, permitiéndole andar por bordes afilados e imposibles», ilustró Berrueto.

«Esa pericia es la misma que la palabra de Antonio ejerce en su quehacer poético y ensayístico, observando desde lo alto, dominando y desentrañando lo que mira. Mi querido maestro no ha hecho otra cosa más que escalar en su escritura y adaptarla a cualquier circunstancia para ganar libertad y la alegría que ésta conlleva», agregó la poeta, quien en un punto no pudo contener las lágrimas al igual que su colega Christian Peña.

Así, ambos faltaban brevemente a la voluntad de quien en vida escribiera: «Espero que en mi última hora / gane el agradecimiento, / no el llanto».

Recién la semana pasada Peña había platicado por teléfono con su maestro, confesándole su tristeza por no haberle podido visitar en alrededor de año y medio, en contraste con la marcada cercanía que mantuvieron por años.

«Y eso sí se lo alcancé a escuchar, me dijo: ‘No estés triste'», relató Peña.

«Me dijo una vez: ‘También desde la alegría se escribe; también desde la felicidad se escribe’. Yo aún no sé si he aprendido esa lección de Toni», prosiguió.

Y es que, al menos ante la partida de quien dejara su huella en la vida de tantos, así como en la poesía hispanoparlante, mantener el ánimo alto se antoja un desafío mayor. En opinión de Díaz Castelo, si bien es difícil poner en palabras cualquier pérdida, «la de Toni nos despierta algo distinto».

«Un dolor no sólo por él, sino también por el mundo que habitamos. Y pienso que sé por qué: la mirada de Toni cambiaba todo a su alrededor; tenía algo de hechizo, pues sabía tocar las cosas con los ojos, y la realidad respondía transformándose», apuntó la poeta y traductora.

«La de Toni era una mirada mediodía, luz franca y pleno sol, que no es ajena al mundo sino que existe dentro de él y así lo cambia», subrayó. «Su voz y su mirada han hecho este lugar un mundo más habitable».

Esperanza Padierna

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