Tomando la mano de aquella mujer en cama atormentada por el dolor, Eufrasia Vela sella su enternecedor arrullo con un sincero: «Yo la quiero mucho, doña Carmencita».
«¿Tanto como para hacerme dormir?», le pregunta la afligida anciana a su acomedida cuidadora.
El dilema moral al que de pronto se ve enfrentada «Frasita» por tan delicada petición, signo de los tiempos en un mundo cada vez más longevo pero no por eso menos hostil con la gente mayor, recorre las páginas de Cien cuyes, obra que le valiera al escritor peruano Gustavo Rodríguez el Premio Alfaguara de Novela 2023.
«Es una tragicomedia con la cual creo que se van a conmover y se van a reír también mientras reflexionan sobre cuál es el sentido de vivir más años de los que uno puede tener con calidad de vida», detalla Rodríguez (Lima, 1968), entrevistado durante su reciente visita al País para presentar su libro.
«Es la historia de Eufrasia, una cuidadora de ancianos que se va a ver ante el gran reto de hacer realidad el último deseo de los viejitos a los que cuida», refrenda el autor sobre su novena novela.
Si bien «la nube que precedió a esta precipitación», como la define Rodríguez, se fue formando a lo largo de varios años, dos situaciones fueron clave para que el limeño la pusiera finalmente en palabras.
Por un lado, el fallecimiento de su suegro, en quien está inspirado el personaje de Jack Harrison, notable médico retirado a quien aquejan el cáncer de próstata y una parálisis facial.
Por otra parte, todas las preguntas y preocupaciones que surgieron en tanto el autor se aproximaba a su cincuentenario, tras lo cual empezó a fabular con personas mayores, «cosa que no había hecho antes», comparte.
«Evidentemente, las declinaciones que van ocurriendo con los años me empezaron a preocupar», reconoce Rodríguez. «Creo que a partir de ahí empezó todo esto, acicateado por la pandemia, que se llevó a tantos ancianos o que los hizo sufrir debido a la soledad».
Y es que si bien Cien cuyes –referencia al roedor típico de la alimentación andina– deja entrever las virtudes de una etapa de la vida que puede ser una segunda infancia, disfrutando de los días en compañía de otros cual si del patio del colegio se tratase, lo cierto es que tampoco raya en la ingenuidad.
«Envejecer es una mierda», califica «Pollo», elegante y acomodada señora que acaba de integrarse al festivo grupo de «Los Siete Magníficos» en la casa de retiro, o «moridero».
«Se tienen que dar dos condiciones importantes para ‘disfrutar’, entre comillas, ese tipo de vejez, y no son necesariamente abundantes en sociedades como las nuestras. Primero, tener cierta estabilidad económica básica que te permita desprenderte de preocupaciones relacionadas a lo que sientes como animal que respira; y, segundo, la compañía de gente que entienda o que esté interesada en tus referentes.
«Cuando eso se da, se puede decir que tienes una ancianidad digna. Cuando alguno de esos dos factores falta, pues ya te diría que no vale la pena vivir tanto», remarca Rodríguez, quien así lo ha puesto en boca de uno de sus personajes: «Lo único peor que el miedo a ser un viejo solitario es el miedo a ser un viejo solitario y sin dinero».
Es aunado a esto, en tanto consecuencia natural, como la premiada obra del escritor limeño trae a cuenta la imperiosa cuestión de la muerte digna; la posibilidad, hasta ahora aprobada sólo en un puñado de naciones alrededor del mundo, de decidir uno mismo cuándo y en qué condiciones partir.
«En sociedades desigualitarias como la nuestra, vivir bien, tener calidad de vida, es una lotería. Depende en qué hogar te tocó nacer, es así de aleatorio. Y si naciste pobre, lo más probable es que mueras pobre; por más que te quieran decir que todo lo puedes, que el que trabaja triunfa, está comprobado que la probabilidad más alta es que una persona pobre tenga nietos pobres.
«Dicho esto, ¿no sería un buen consuelo el hecho de que si no pudiste elegir en qué circunstancias nacer al menos puedas elegir en qué circunstancias irte de aquí?», plantea Rodríguez, indiscutiblemente a favor de tal libertad, y con claridad sobre cómo quisiera irse él: rodeado de quienes ama, con un whisky en mano y bossa nova de fondo.
¿Por qué no se ha podido aceptar del todo la eutanasia?
Yo creo que hay dos grandes razones. Primero, creo que hay un gran manto conceptual avalado por la religión o la moral judeocristiana según la cual hay una entidad que regula el universo y que te dio la vida, y que sólo esa entidad puede quitártela. Y lo otro quizá tenga que ver con un ejercicio egoísta del amor por el cual prefiero quedarme el más tiempo posible con la persona que amo, aún si esa persona está sufriendo, en vez de desprenderte y aceptar, más cuando se trata de amor, que lo más importante es el bienestar del otro que el tuyo mismo.
Al final, y muy a tono con el ejemplo aportado por su suegro –quien al ser consciente de que su enfermedad no tendría un buen final, ordenó sus cosas, hizo las paces con el mundo y se dedicó a su familia el tiempo que le restaba–, la obra de Rodríguez está lejos de ser un relato lúgubre, y sí una estoica afirmación de la vida.
«¿Por qué carajos me quedé aquí en vez de tener huevos para buscar olas? ¿De qué quería cuidarme? Ahora que estamos aquí, tomando nuestro tecito como cojudos, ¿no sienten que han malgastado su vida?», se reprocha Tío Miguelito, en un momento de claridad tras la partida de uno de esos «Siete Magníficos».
«Yo quería que el recuerdo de la lectura de este libro fuera luminoso, que terminara con optimismo», apunta el autor, contento con la buena recepción de esta novela en cuyas páginas resuenan el huayno andino, el jazz de Miles Davis, The Ventures y ABBA, y por la cual incluso ya hay pláticas para una adaptación audiovisual.
Entre los mensajes y aproximaciones que Cien cuyes ha motivado, Rodríguez destaca la de un admirado artista octogenario que decía haber iniciado con miedo la lectura, pero que al final la devoró dos veces. O el caso de un adolescente en Bogotá, que se le acercó para contarle que compró la novela para entender mejor a su abuelita con quien vivía.
«Esas cosas a mí me desarman, son el verdadero premio de la literatura«.
Dignificar a las cuidadoras
En el mundo, opina Gustavo Rodríguez, el rostro del cuidado es femenino.
En Cien cuyes, además del implícito exhorto a una vejez y muerte dignas, el autor peruano pone el foco sobre la invaluable labor de las cuidadoras, quienes incluso llegan a dejar atrás su propia tierra y a los suyos para ganarse la vida brindando atenciones a alguien más.
«¿Había valido la pena dejar de cuidar a su niño para cuidar a otros?», llega a cuestionarse la misma Eufrasia en la novela en que Rodríguez, además, plasma tan vívidas estampas de la Lima de hoy, que queda en evidencia su buen oficio como observador.
«(Muchas cuidadoras) son sobrevivientes, luchan por su sobrevivencia a la vez que tienen un altísimo compromiso y una inteligencia emocional también alta, y una ética en su mayoría impecable», opina el escritor peruano.
«No quiero generalizar, debe haber excepciones, pero Eufrasia corresponde a ese tipo. Y no es gratuito que la Eufrasia que yo coloco en la novela sea una especie de compendio de dos o tres mujeres que he conocido, que han trabajado en familias afines a la mía y a la mía misma».
De ahí la necesidad de dignificar las condiciones de aquellas trabajadoras que pueden ser referidas por sus empleadores como «parte de la familia», aunque muchas veces en realidad sea sólo de dientes para afuera.
«En la frase ‘es de la familia’ hay una ambigüedad perversa; muchas de estas mujeres son ‘de la familia’, entre comillas, mientras no reclamen por sus derechos. Y eso pasa en sociedades desigualitarias como la nuestra», lamenta Rodríguez.
«Una cosa interesante de estas mujeres es que ellas llenan el mundo con un ingrediente que no es muy valorado, pero que termina haciendo al mundo mejor», prosigue. «Es decir, quizá no tengan una inteligencia intelectual, que es la más valorada por las élites, pero tienen un ejercicio de la empatía que ya quisiéramos que nuestras élites tuvieran».
‘Que no nos una la impunidad’
De todas las semejanzas que Gustavo Rodríguez encuentra entre su natal Perú y México, donde ha podido estar en repetidas ocasiones gracias a su obra, quizás la más desafortunada sea la que percibe ahora entre sus mandatarios.
La hostilidad diplomática que por el momento mantienen Andrés Manuel López Obrador y Dina Boluarte, respectivos presidentes de dichas naciones, parece ser la prueba de ello.
«Creo yo que, nuevamente, estamos ante un lamentable caso de representantes que no representan a sus pueblos, sino a sus propios intereses. Es el caso de Boluarte y es el caso de López Obrador», sostiene Rodríguez.
«Tengo la impresión de que López Obrador tiene una manera de gobernar por la cual la política externa se supedita a su agenda interna, y eso muchas veces choca con la realidad que perseguimos otros países. Es algo que no es solamente de él, sino que es algo típico de la marea populista que recorre América Latina», añade.
En la medida que se gobierna bajo la clave del populismo, resalta el autor, «pues todos nuestros Presidentes se parecen cada vez más».
Cuestionado sobre si a partir de tal similitud es válido pronosticar un ambiente de crisis en México como el que ha padecido Perú –u otras naciones populistas–, Rodríguez se reserva el mal augurio, y ofrece en cambio sus mejores expectativas.
«Sólo puedo decirte que ojalá que en México no termine reinando la impunidad que hasta ahora está reinando en Perú con respecto a la muerte de tantos ciudadanos. Yo creo que eso es lo más doloroso que quizá una a nuestros países: el hecho de que en mi país, por ejemplo, hayan muerto más de 60 ciudadanos que protestaban, y que no haya renunciado absolutamente nadie. Eso a mí me parece escandaloso.
«Yo sé que en México también hay muchos desaparecidos, (ciudadanos) muertos y periodistas que han muerto haciendo su labor. Y de verdad que ojalá no nos siga uniendo en el futuro la impunidad con respecto a estos crímenes», clama el escritor.
